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Amasijo
Entreabrió la tapuer del conventillo
y la encontró desnuda con el quía,
si parecía un nudo, parecía,
de cuello con tobillo;
con el dedo en la punta del gatillo
tiró con enconada alevosía,
cuatro balas de curda puntería
enlutaron el aire del pasillo;
desde un cielo de zinc la luna rea,
con rango de albacea,
tembló desde el eclipse de sus huesos,
él con fulo dolor cargó el bufoso,
desabrazó a la mina de aquel coso
y se voló la tapa de los sesos.
Del libro De diluvios y andenes.
Moisés Bedate
Era un rante yotivenco suburbano,
con dos tauras y una grela enamorada,
un taquero vigilando la parada
y un garabo con el fueye de la mano,
un simposio de yoyegas, un paisano,
cuatro rusos, dos franchutes, la tanada,
una puerta de cancel, desvencijada,
y el recuerdo de otro cielo, más lejano,
un cafiolo y una mina calandraca
que se acuesta con cualquiera, gratarola,
y un ortiva batidor de medio pelo,
una piba que le baten la polaca,
un parral, una farola
y la luna de redondo desconsuelo.
Del libro De diluvios y andenes.
Fabián Pérez
Benditos los cajones de tu pieza
que guardan la nocturna lencería
y el raso de la blanca epifanía
que adorna tu belleza;
vestuario de sutil delicadeza
urdido con hilván de hechicería,
ropaje religioso de ambrosía,
ajuar de niña alteza;
bendito el universo del bordado
y el viento delicado que desnuda
las célibes puntillas de tu traje,
la seda lujuriosa del pecado,
el oro de tu muda
y el fausto sortilegio del encaje.
Del libro De diluvios y andenes.